Las afamadas y hermosas fuentes de agua de la villa de Avilés

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Descripción

Autor: Alberto del Río Legazpi*, escritor y periodista asturiano.

Si vas a las fuentes -históricas- y te enteras que las fuentes -las que manan agua potable- son, cerca de cincuenta, te puedes quedar seco. Del susto.

Porque se evaporaron bastantes, seguimos teniendo muchas y variadas: vivas, atontadas, fallecidas y hasta resucitadas.

En un lugar de Asturias, como éste, donde el agua -salada- fue el asunto que originó la villa de Avilés, procurándole progreso -por el tráfico portuario internacional- no iba a ser menor la importancia del agua dulce.

Nuestro trasiego con la humedad es memorable, incluso con el agua estancada de aquellas marismas que supimos y pudimos desecar y levantar allí conjuntos tan notables como la Plaza del Mercado (o de las Aceñas y cinco nombres más) o parques como Las Meanas y el Muelle.

Antes de eso, la villa había visto aumentadas sus fuentes públicas (imprescindibles para labores domésticas y abrevadero de ganado). Ocurrió en el siglo XVII, al canalizar la traída de aguas que bajaba por insalubres cauces sin cubrición desde Valparaíso, en Buenavista.

Murieron muchas. Pero algunas de las que quedan vivas tienen una categoría histórica y artística, difícil de encontrar fuera de Avilés.

Por ejemplo: los Caños de San Francisco. Situados entre el palacio Ferrera y la iglesia de San Nicolás de Bari -y dando frente la plaza de España, el majestuoso parche artístico- que realzan este monumento que mana agua. Tengo escrito que actualmente están descafeinados al birlarles -en la última rehabilitación- los caños a las seis caras labradas, en este milagroso retablo, escoñando así la simbología del apoteósico monumento: arte, metal y vida. O sea, barroco (en este caso), industria y agua. Toda una representación de la muy particular historia de Avilés.

¿Y los Caños de Rivero? Una fuente envuelta entre el arbolado del parque Ferrera, la capilla de San Pedro (´San Pedrín´), dos medianeras triangulares superpuestas, un hermoso mirador de madera y los soportales de la calle. componen un paisaje inolvidablemente mágico.

Los de Rivero, que estaban hasta el moño de reclamar una fuente -según consta en un memorial de 1786- vieron por fin cómo la construían en 1815. En origen constaba de cuatro caños manando donde, hoy, quedan tres. Costó 13.618 reales, pero no tiene precio.

Porque, quisiera saber yo, dónde se puede encontrar rincón tan encantador como este de la calle de Rivero -que siempre fue ´Del Ribero´- y que es un episodio aparte.

También hay fuentes resucitadas, como la de Doña Rolindes, ubicada -en 1970- al costado izquierdo del Ayuntamiento. El frontal y el caño proceden de una donación que a la ciudad hizo la generosa dama de tan precioso y pagano nombre, tan infrecuente por estos pagos, domiciliada en la finca que la familia Colunga tenía en El Carbayedo. Los elementos restantes, que conforman la fuente, proceden de casonas de Llaranes y Sabugo, quedando todo el conjunto de un clásico llevadero. Resultón.

Pero la gran mayoría es de tanta -y tal- calidad histórica, como para que el recuerdo de una de ellas (La Cámara) haya servido para dar nombre a la calle principal de la ciudad.

Porque La Cámara era fuente medieval, que ocupó -durante siglos- la intersección de la vía de tal nombre, con las de Cabruñana y San Bernardo.

En Avilés la historia moja. Le sale, hasta por las fuentes.

Más claro, agua.

Nota:

(*) Este texto está publicado también en el diario La Voz de Avilés-El Comercio, con fecha 29 de enero de 2012, el mismo epígrafe y el subtítulo «El gran número de ellas es otra más de las singularidades históricas locales», en la página dominical «Los episodios avilesinos», que Alberto del Río dedica a aspectos históricos, artísticos, biográficos y costumbristas.

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